“Oímos porque tenemos oídos, vemos porque tenemos ojos, y andamos porque tenemos piernas” –Juan-Ignacio Pérez.
Podrá parecer una obviedad, pero si profundizamos observaremos que no es algo que tengamos conceptualizado ni asumido. ¡Qué forma más acertada de ver aquello que comenzó a ver Darwin y otros científicos de su tiempo! Desde entonces, que cuando hablamos del nacimiento de las especies lo hacemos llevando implícito algo que llamamos “selección natural”, “adaptación evolutiva” o simplemente “evolución”. Como si hubiera un mecanismo “consciente” que actuara esculpiendo la vida. Pero estos fenómenos, sin dejar de ser ciertos, ocurren en una última fase del proceso que es completamente automático y probablemente determinista dentro de su aleatoriedad. Lo más importante, lo primero que ocurre, es la mutación. Tener en cuenta esto puede parecer nimio pero se trata de una concepción muy importante porque va a dar un sentido correcto al hablarse de la aparición y evolución de las especies.
La selección natural nunca podría producirse si no hubiera habido con anterioridad la aparición de una particularidad especial y específica en un organismo que hubiera sido producida por una mutación genética. Lo mismo podríamos decir en el caso de la adaptación evolutiva que funcionaría como filtro para la adaptación a un hábitat de esas características. Y claro, al final, después de estos dos procesos de generación y transformación biológica aparecería lo que denominamos la evolución, que no vendría a ser más que el triunfo final de una mutación genética y la aparición de una nueva especie en un lugar concreto de los muchos que hay a lo largo y ancho del planeta. No se trata pues de estrategias de supervivencia, lo cual supondría una idea y plan previos, sino un “cruel” mecanismo automático que seleccionaría a los supervivientes, a los mejor adaptados, a los mejores respecto a un hábitat. Quien más a gusto esté, mejor se alimentará y reproducirá.
¿Puedes imaginar la cantidad de mutaciones genéticas que se producen continuamente y que aparentemente son irrelevantes pero que al final, ante un cambio climático en las particularidades de un ecosistema, acaban triunfando? Mirémoslo al revés; ¿podemos imaginar el gran esfuerzo de la máquina genética que produce un enorme dispendio de mutaciones que acaban diluyéndose insípidamente por insignificativas o simplemente a las que se las impide prosperar (por no ser aptas) condenando al fracaso a ese organismo?
Pues todo esto, todo ese increíble proceso que genera el motor de los genes, es lo que ha hecho evolucionar la vida en este planeta. La vida de animales y plantas con reproducción por combinación genética, ha llegado a lo que vemos en la actualidad gracias a ese increíble motor del que empezamos a saber algo desde hace aún muy poco tiempo, del que sólo conocemos aspectos del llamado “mapa genético” y del que empezamos a conocer algunas características que nos llevarán a comprender ese cabo suelto o “error de la naturaleza” (la mutación) que ha sido clave en la multiplicidad de especies que conviven con nosotros.
También es muy importante y no debemos olvidar el interesantísimo mecanismo que la geología estudia, en relación con los ecosistemas producidos en la Tierra, surgidos de la combinación de sus fuerzas interiores y de superficie en inmensas luchas equilibrantes, generadas por las masas, las leyes gravitacionales y los elementos obtenidos por acreción en el Sistema Solar provenientes de explosiones transformadoras de las estrellas.
Se supone que las primeras formas de vida (microorganismos unicelulares) de hace miles de millones de años se reproducían por partición y surgieron en el llamado caldo primigenio. Esta clase de vida elemental, origen de toda posterior, no disponía de órganos que le informaran sobre el entorno. Eran “ciegos y sordos” a su medio ambiente, y eran “movidos” por un hábitat líquido que los alojaba. Seguramente transcurrió tiempo, mucho tiempo, antes de que apareciera un mecanismo genético incipiente que a través de la prueba y el error generara un sistema nervioso viable que centralizara todo su cuerpo e hiciera aparecer por medio de “los errores de la naturaleza” (mutaciones) alguna especie de nódulo nervioso que acabara siendo una branquia, una aleta, un incipiente aparato digestivo, o algo que sin acabar de ser un ojo, percibiera fotones que simplemente le hacía notar cuando era de noche y cuando de día.
No fue pues la evolución la que “creó” las particularidades de la vida, sino la genética con sus mutaciones las que hicieron que aparecieran, y que luego fue la naturaleza a través de sus instrumentos geológicos la que esculpió el material bruto surgido, dándole forma, y seleccionando a través de las respuestas del organismo en forma de supervivencia, aquellos que mejor se adaptaban a sus exigencias.
En las palabras de Juan-Ignacio Pérez si no hubiéramos tenido oídos, no oiríamos; si no hubieran aparecido los ojos, no veríamos; y si no hubieran surgido las piernas, no andaríamos. No es que la evolución “hiciera” oídos, ojos o piernas. Lo hace la mutación y lo selecciona el entorno, lo que permite la aparición de una nueva especie y por tanto la evolución y riqueza de las formas de vida del planeta hacia una vida más compleja y mejor adaptada.
Esto es muy importante porque nos hace ver desde otro prisma un fenómeno que condicionará nuestra forma de entender y hablar sobre el “milagro” de la biología desde una perspectiva más acertada que le dará otro sentido que podrá parecer irrelevante pero que al buen observador le dará una percepción muy distinta.
Sólo me queda manifestar que las líneas que anteceden son simplemente el producto de la observación y la reflexión, no son la consecuencia de lecturas y sesudos estudios, y que no tienen contenido científico académicamente contrastado porque no soy experto en nada de lo que expongo, por lo que debe cogerse de la única forma posible: Con todas las reservas. Y a partir de aquí, cada cual que siga la cuestión expuesta si le parece interesante, de la forma que considere oportuno. Con todo ello en definitiva, lo que pretendo es hablar sobre la cantidad de cosas interesantísimas que nos rodean, que nos pasan desapercibidas por falta de observación y que por tanto no profundizamos en ellas.
Joan-Llorenç sincristal@hotmail.com